Si vimos en Artemisa el heroísmo de una reina, en las Argivas vemos el heroísmo de un pueblo de mujeres, de una multitud no guiada por un capitan, ni por una guerrera, sino por una poetisa por Tesálida, cuyo pecho se inflama con la llama del patriotismo.
Argos, esa antiquísima ciudad del Peloponeso, que tanto figura en la historia, en las tradiciones y en las leyendas, estaba en guerra con Lacedemonia, de no menos celebridad que aquella. Guiaba á los lacedemonios su rey Cleómenes, y la fortuna coronaba su frente con los laureles de la victoria.
Arrollándolo todo á su paso, marcha á la capital; la sitia, destroza y mata á una gran parte de ciudadanos, y la ciudad se ve en inminente peligro de caer en manos del conquistador, que va llevando la desolación a su paso.
Pero si en otros sitios las mujeres han contribuido á la aflicción de los defensores, si sus lagrimas de temor han apagado su ardimiento, y sus ayes han amilanado su espíritu, allí, como si el valor del hombre se hubiera trasladado a la mujer, se la ve, impulsada por un entusiasta patriotismo, encargarse de la defensa de la ciudad. Lo piensa y lo ejecuta; y por cuantas mujeres tenian edad de soportar el peso de las armas las toman y corren inmediatamente a coronar los muros, causando su vista asombro y admiración al enemigo.
No temió por eso: creia débiles aquellas lineas que se oponian á los victoriosos lacedemonios, y sin cuidarse de la resistencia, avanza a arrollar á los nuevos oponentes, que le vieron huir avergonzado.
Desesperado Cleómenes al ver que los que vencieron á los hombres eran vencidos por mujeres, ordena un segundo asalto, estimulándoles á vengarse y a reparar en él su ignominia; pero nuevamente son rechazados por aquel muro de femeniles pechos, y el sitiador tiene que lamentar dolorosas perdidas, tantas, que hubo de levantar el sitio y retirarse humillado por el esfuerzo de aquellas heroinas, que se inmortalizaron con sus hechos, transmitidos hasta nosotros después de tantos siglos, por Plutarco, por Sócrates, por Herodoto y otros celebres historiadores, para que no se tome por ficcion lo que fué realidad.
Sócrates, hablando de las mismas Argivas, dice que rechazaron y ahuyentaron á otro rey llamado Dancareto, sin embargo de que ya habia ocupado la parte de aquella ciudad que se llamaba Pamphilia.
Los hombres trataron de ocultar su vergüenza con el reconocimiento, y á cuantas murieron en la defensa determinaron enterrarlas en la via llamada Argia; á las que sobrevivieron, se les permitió erigiesen un simulacro á Marte para eterna memoria de sus hazañas.
En estas fiestas se celebraban solemnes sacrificios, y se presentaban las mujeres con las vestiduras de los hombres, y estos con túnica talares, y cubierta la cabeza con velos mujeriles.
Como fueron tantos los ciudadanos muertos, se casaron, para restaurar su pérdida, no con los esclavos, como dice Herodoto, y desmiente veraz Canseco, sino con habitantes de ciudades cercanas, que podian llamarse sus compatriotas, entre los cuales cada una eligió esposo a su voluntad.
Los focenses temian por sus mujeres, en caso de que entrara el enemigo; mas ellas, si no tenian valor para pelear, le tenian para morir, y ofrecieron todas con gusto perecer en las llamas cuando el enemigo estuviese próximo á entrar en la ciudad.
Esta decisión de las mujeres alentó mas á los hombres, que salen en busca del enemigo, le hallan en las inmediaciones de Celonas, ciudad de la Argolida, en el mismo sitio en que mató Hércules al leon de Nemea, y obtiene Daifanto una magnifica victoria.
Los focenses se salvaron; y en memoria del triunfo y del heroísmo de aquellas mujeres, se celebran en honor de Diana solemnes sacrificios, que enaltecian á ese sexo que tiene por atributo la debilidad.