Siguiendo esta serie iniciada por La Coquetería, insertamos a continuacion el artículo que el escritor y periodista Pío Gullon escribió para la sección de Variedades de la revista madrileña destinada al público femenino: <El Correo de la Moda>, que vió la luz en número 352 de 30 de abril de 1860, en cual trata, en tono crítico, sobre la tiranía que La Moda ejerce sobre las mujeres, e incluso sobre los hombres; si unas y otros se dejan arrastrar por ella. Siguiendo la norma habitual respetamos la ortografía original.
Las mujeres simples
Todas Vds. saben de sobra que la moda, emperatriz perpetuamente jóven, domina desde su torno y hace juguetes de su voluntad a todos los individuos del género humano.
Eso no necesita demostracion. Las infinitas cuchillas que, segun á Vds. contaba su maestro de Historia, se dieron los hombres por cualquier fruslería durante siglos enteros, fundándose siempre en el uso y costumbre: el primer libro de nuestra literatura, ese Quijote que con gusto y provecho han leído Vds. distintas veces,y que se escribió principalmente para ridiculizar varias usanzas, entre ellas la de andar por calles y caminos protegiendo á los desvalidos, ó lo que es igual, haciendo el so en nombre del honor: el tacon encarnado que vieron Vds. en el teatro á los abates de la corte de Luis XV: la inflexible y almidonada trilla que en el pasado invierno hizo brotan la sangre del cuello de aquel pollito que tan admirablemente bailaba los lanceros: el mismo brocal de felpa y de carton que bajo el nombre de sombrero cubre aun hoy nuestras cabezas, todo, historia, simple vista y sentido comun, prueban que la Moda se ha conducido siempre con los hombres lo mismo que con las mujeres: como soberana arbitraria y absoluta, enemiga de las trabas constitucionales, y señora universal de vidas y haciendas.
Ademas lo han dicho en diversas ocasiones los periódicos franceses. Pedir mas pruebas seria tocar en lo absurdo, y ninguna de Vds. puede, sin faltarse á si propia, poner en duda la extensión ni de la tiranía del imperio de la Moda.
Esta organizacion dictatorial que la moda adoptó desde el principio del mundo, se presta por desgracia á muchos abusos, á grandes, á frecuentes usurpaciones. Digámoslo con sentimiento, la Moda en sí misma es buena, sábia, previsora: sus decretos mas incomprensibles tienen siempre una razon de ser: sus cambios mas repentinos é inesperados se hallan siempre en perfecta armonía con los tiempos y con las generaciones: el único origen de los males que la Moda parece acarrear, la sola fuente de crímenes que la Moda parece cometer, son esos personajes que cobijados bajo los pliegues de su manto, usan del nombre de la moda por cuenta propia y para fines particulares; intrigan en torno al poder presentando á cada paso el título que en una facultad han adquirido para figura como representantes de la Moda en todas las infinitas regiones que abraca el poder de aquella.
Y claro es que al habar de esta suerte lo hacemos con la mayor seriedad, y no aludimos á la humilde esfera de los trajes que en el imperio de la moda constituye el dominio de la administración inferior.
No: las usurpaciones de que tratamos pertenecen á un órden mas elevado; porque ya recuerdan Vds. ó por mejor decir, no han olvidado nunca que en la jurisdiccion de la moda se hallan todos los hechos, todas las manifestaciones, todas las propiedades el hombre y la mujer: que así como ha sido Moda por muchos años llevar las puntas de la casaca levantadas y sujetas atrás, así tambien fue uso y costumbre durante lustros enteros, ó como ahora dicen Vds., fué de rigor que los Ministros, jueces, consejeros y cuantos aspiraba á cierto carácter de gravedad, tomasen rapé con aficion ó sin ella, ostentando en todas partes la imprescindible caja de plata, de oro, o de concha: que así como en un reinado dispuso la Moda que todas la mujeres, hasta las dotadas con un cutis envidiado pro el nacar y por la seda, hubieran de cubrir el delicioso rostro con polvos y colores y lunares, así en el reinado siguiente se hizo Moda que las mas recatadas señoras ofrecieran cenas á sus amigos y trasnocharan entre el vapor del Champagne animadas alguna vez en tan estraño desorden por la presencia de sus maridos: que así como la Moda protegió en determinadas épocas á Inglaterra, y todos los habitantes de Europa comieron, vistieron, cabalgaron, hallaron y pensaron á la inglesa, así en otros períodos ha sido Francia la preferida, y no solo se ha hecho del mejor tono (esto creo que tambien dicen ustedes) vestir, bailar, recibir á la francesa, sino que acomodándose al texto de las novelas mas afortunadas, han llamado Vds. vulgar al que no se habia batido diez veces ,ó había jugado una fortuna, ni habia sido bastante feliz para improvisar otra: que así como un tiempo era comun y frecuente citar á los amantes deslizando una carta con la mano izquierda mientras se deslizaba la cuenta de un rosario con la derecha, así despues hemos hecho Moda, sino hasta tipos, caracteres, pasiones y fisonomías que han hecho furor en cada temporada; y suplicó a Vds. que concedan á este furor el mismo significado que humorísticamente suelen Vdas darle cuando lo usan; es decir, el contrario precisamente del que tiene en castellano y en francés.
Todos esos fenómenos los conocen Vds. mejor que yo: lo sé, lo confieso: ¡líbreme Dios de pensar otra cosa! Saben Vds. perfectamente que han corrido tiempos en que era preciso ser rubia, tener ojos azules, tez de incomparable blancura, talle y vestido constantemente vaporosos; que en aquellos tiempos, cortos por fortuna, toda hermosura de pelo… medio-castaño, y de ojos mas que semi-pardos, vivía condenada como atentatoria contra el buen gusto: no ignoran Vds. que por los años del 39 y 40, cuando aun resonaban en todos los oídos los versos de lond Byron y de Espronceda, fue indispensable que solteras y casadas apareciesen en los paseos terriblemente pálidas, con ojeras profundas, que no podian ser siempre producto del insomnio, puesto que las mujeres de entonces tenian la desgracia de dormir de vez en cuando, pero que en estos casos se obtenían con una copa de vinagre: que á las interesantes ojeras acompañaba forzosamente los naturales y desordenados rizos preparados lentamente diez horas antes con la tenacilla ó con la papilotte: que la frescura y la magestad, la opulencia y el brillo, todos los ricos distintivos de la belleza española, quedaron proscritos, bannis según dirian Vds.; que la gracia, perfume de la hermosura, hubo de retirarse para ceder el puesto á la afectación, caricatura del sentimiento: en una palabra que media docena de egoístas, platas exóticas en el bello sexo, usurparon el nombre de la Moda para imponer, no ya una toilette, no ya una coiffure, sino hasta un ideal, pues que solo se pensaba en el aislamiento de los corazones privilegiados y desconocidos, hasta un diccionario, pues que solo se hablaba de rapto, puñal, suicidio, paz de la tumba, eternidad, expiacion, abandono, delirio y perjurio.
Hoy, señoras, tampoco pueden Vds. ignorarlo, los abusos son menores, las clasificaciones algo mas verosímiles, porque la Moda comienza á comprender que en su nombre se siembra la anarquía; pero unos y otras existen.
Hoy, señoras, no se trata de una escuela ni de un uso determinado: reflejadas ya las costumbres se quieren copiarlos desórdenes de una nacion grande y civilizada, pero exageradamente novelesca y desconocida ademas de las que pretenden cambiar a Vds. en tipos inverosímiles con solo haber visto cuatro o cinco novelas, sin haber pasado nunca de San Juan de Luz.
Hoy la belleza de Prado, esa criatura que solo cautiva los ojos, que parece despertar vestida de etiqueta, que tiene en el paseo todo el presente y todo el provenir, aprovecha su natural elegancia y la coquetería con que se descubre su pié, para darse apariencias del original, para repetir con inconcebible descaro algun chiste de folletin, y llamarse despues castiza y modestamente mujer espiritual.
Hoy la que posée cierta fijeza en la mirada, la que tiene altivez en el carácter, la que se niega á salir cuando no hay hada que estrenar, la que en el salon de baile cruza por ente dos filas de curiosos para recibir á su novio rezagado, y á pesar de las advertencias de la familia, le riñe á gritos sin pizca de rubor, esa se denomina á si propia mujer de pasiones fuertes.
Y unas y otras al ver pasar alguna jóven, cuya elegancia es tan verdadera sin ser tan ruidosa, cuya sonrisa serena nunca puede llamarse descocada, decen lisa y llanamente: es una simple.
Así pues vosotras (permitid que un instante familiarice mi trato, ya que nuna os he de tutear en secreto); vosotras, mujeres encantadoras; vosotras que, mas modestas que los hombres, llevais la justicia en el corazon, y por eso mismo sois mas equitativas ña veces y mas indulgentes siempre; vosotras, que debiérais protestar contra toda usurpación, y que con una mirada obtendríais el grosero apoyo de la fuerza; vosotras mismas aceptais esa clasificaciones convencionales, y dejais que en apariencia estén de moda las mujeres de pasiones fuertes, y vivís reducidas á esas tres divisiones, aspirando quizás á figuraren la mas absurda.
Ahora bien; sabedlo para siempre, por si podeis utilizar la noticia: de esos tres tipos por vosotras presentados, de esas tres mujeres por vosotras calificadas con denominaciones acaso pintorescas, pero no muy gráficas por cierto, una sola gusta hoy á los hombres; una sola priva y privará perpetuamente.
Cuál es esa mujer?
La mujer simple.
Ya supongo que no me creereis: pero aguardad un poco: si no os fastidia este artículo, y consigo que otro dia me escucheis un instante con atención, vais á decir como Santo Tomás: he visto y he creido.